viernes, 7 de noviembre de 2014

Angel oscuro



Tras la oscuridad callada

renace la criatura soñada:

son sus brazos alas,

su sonrisa es blanca.
Muerte no la rescata
de esta tierra amada,
entre dos mundos anda,
con la cara iluminada.

Entierro

Y se quedó allí, tendida, con la mirada perdida de quien no quiere más, con la mirada aturdida de quien no quiere recordar, para siempre quieta, catatónicamente recubierta de la más absoluta soledad. Él había muerto, pero viviría por siempre en ese mudo, vivo entierro.

jueves, 23 de octubre de 2014

Halloween en cien palabras



La fiesta anual corrió por todo el barrio, perdiendo sus sortijas por los bares hasta quedarse borracha a unas cinco de la mañana en el pub "Perdición". Ellos comprendieron querer continuar en un motel.


Malevola se bajo de sus tacones, Franquenstein se arrancó los tornillos. Ella arrancó un trozo de su falda para quitarle el maquillaje, él extendió sus brazos hacia la cara de ella para quitarle la máscara.



Y entonces se vieron: El hombre con el que salia hace cuatro meses, que la emborrachó para hacer cosas sin protección, la mujer que dijo haberse quedado embarazada para cazarlo.


¡Huyeron despavoridos!

jueves, 2 de octubre de 2014

Productividad

Nunca pudimos conocernos porque estabamos aprendiendo cosas útiles, pero los sonidos y las imágnes que nos bombardeaban a todas horas nos inducieron ilusiones y sueños, nos sustituyeron las relaciones de nuestras vidas, sucedaneos productivos.
No nos dimos cuenta y pasaron los años, creíamos saber quienes eramos y el significado de los actos, pero no tuvimos tiempo de abordarlos y desarrollarlos porque estabamos trabajando.
Un día en el metro ibamos llorando la necesidad de nuestros instintos acorralados, la música era suave, y deseabamos el contenido imaginado tras las escenas tantas veces repetidas que solían acompañar esas notas. 
Nos encontramos, nos miramos y abrazamos el espejo de nuestra desolación creyendo que así llegaríamos a brazar nuestros deseos de amor y de ternura.
Decidimos casarnos y tener niños, y lo hicimos.
Lo hicimos dia tras dia, entre papeles, sudor, esfuerzo, lagrimas, penurias, deudas, cacerolas y tapers de espaguetis.
Sin vernos, sin poder hablarnos, sin compartir apenas tiempo, fustigando a nuestra prole para que asegurar su subsistencia en la productividad. Y por las noches, cuando nos acostabamos, nos acostabamos con los recuerdos de las historias que visionamos, con las melodías que escuchabamos en otras voces, con la música perenne de los cuentos de hadas, rezando porque los niños nunca despertaran.
Pero los niños despertaron, y despertó su llanto; y con el llanto de los niños despertó su hora de trabajo; y todas nuestras lágrimas y las suyas vinieron a parar a nuestras gargantas y nunca pudimos hablarles porque nos ahogabamos, y nunca pudimos hablarnos porque nos setíamos culpables.
Nuestras cabezas dejarón atrás los sueños y la realidad de los recuerdos nos atormentaba en cada sonido, en cada verbo, en cada acto. Y entonces te moriste de viejo y me quedé sentada junto a la tumba de un desconocido, un desconocido al que un día besé como si fuese mi verdadero marido.

Odio

Tu Dios exige que mates, el mio que te encierre.
Tus ancestros opinaron que es mejor matar que vivir con odio, los mios me enseñaron a evitarlo, a ser fria y acorralarlo hasta hacerlo minúsculo como un grano de arroz.
Los granos de arroz son poderosos, necesitan agua, mucha agua y llenan el estomago con el vacio de una enorme burbuja que pronto desaparece pero que parece saciar.
Mi cuerpo decía basta cuando veía correr la sangre de los niños, de los niños que nunca tuve, de los niños abortados, muertos, soportando el peso del rifle.
Las balas son rápidas, son más rápidas que las palabras.
No existen manos suficientes para parar tanto odio.
Poco a poco nos fuisteis matando, mi Dios nos falló a ambos porque el tuyo recibía más y más sacrificios y se apoderaba del mundo.
Nadie fué consolado, pero las burbujas de arroz parecían ser tan importantes...
Hoy te veo, con la camiseta jironeada en negro y rojo, buscando el grano que te falta, corriendo entre los escombros, azuzando la ira del corazón de la miseria sobre la que cabalgas, evitando las minas que colocaron tus propias gentes en la ciudad derruida que un día llamé esperanza.
Estoy sola, soy la última de mi raza, jamás podré digerir este arroz, pero siento satisfacción.
La tierra está yerma, la tierra que no volverá a ser de nadie, que no volverá a producir esta semilla.
Hoy te veo con tus quince estúpidos años, avanzando, siguiendome la pista hasta este callejón derruido; te aguardo, mientras olisqueas el aire en mi busca.
Soy la última y lo sabes, avanzas, pensando en los que no dejamos vivir en la libertad que queríais, muriendo estériles, de puro viejos o sembrando nuestros campos.
Me odias y rastreas mi olor y mis huellas, creyendo que al final encontrarás tu paraiso. Disparo el arma y acierto en el blanco, entre los dos ojos, por fin la muerte.
Hoy ha muerto un Dios bueno, nadie hay que siga sus consignas, ha muerto un Dios malo, , no queda nadie a quien sacrificar, también tu fuiste el último de algo.
Hoy ha nacido un Dios estúpido que nunca sabrá que hacer con todo el arroz que queda, se llama Soledad. Tengo doce años, me queda toda la vida para honrarle.

jueves, 31 de julio de 2014

Era de noche cuando vi aquellos negros ojos. Era de noche cuando brillaron en su anhelo. Una luz extraña que no se siente con sentidos normales, que llega hasta el alma.
Reían sus lágrimas cómo si el empuje de su risa fuese lo único suficientemente poderoso para deshacerse de su obscuridad.
Obscuridad acumulada hasta licuarse al borde del abismo, obscuridad suicida cayendo en el alquitrán del asfalto.

domingo, 27 de julio de 2014

Pena

El hombre se encuentra mal en su camino, el disgusto le acecha cómo presentimiento de la ola que quiere devorar su horizonte.
Aterrado busca algo a lo que asir su  mente, ve unos pájaros jugando y la belleza le hiere cómo un puñal que no entiende.
Trata de sobreponerse, busca en derredor y un calambre frío y áspero le recorre la espalda y el cuello en todo su largo.
Pregunta al cielo, invoca al averno y mil demonios parecen sorprenderlo, se autoinculpa y prosigue su duelo.
El orgullo no le permite reposo, continúa su marcha perdiendo el equilibrio primero, el juicio segundo y después el habla.
Cómo un robot anda, con sus gotas de sudor cada vez más pausadas, ya no pregunta que le pasa, extenuado y aterido cierra los ojos, poniendo el último ladrillo a ese negro cerco que finaliza sus latidos.

viernes, 25 de julio de 2014

Lluvia en el verano de la ciudad



Lluvia de incertidumbre estacional, de amanecer obscuro, la primavera está sujeta con un clip aún a este verano tuyo.

El cielo no puede adjetivarse azúl, parece grisaceo, papiro obscuro.

El agua transparente escribe sobre los barcos que forman la hojarasca actual, colillas sin preludios en esta ciudad, que te hecho de menos, aunque sea viendote llorar.

La sombra

La amistad de sus ojos era tozuda, y al alzar las cejas se movían marionetas en su boca.
De oler se encargaba una intrépida nariz, columpio desacompasado, péndulo absurdo sobre la abundancia que todo intentaba taparlo.
Aún recuerdo la ausencia de su sombra, que jamás le acompañaba; un día me enseñó postales dónde se observaba, con mucho sol, un par de margaritas y alguna rosa, unas con aderezo, la otra no. Allí se había marchado la obscura de vacaciones.
Como quería ser serio hasta la corbata le sobraba y, bien anudada en su percha, cada noche, en el ropero, la abandonaba

lunes, 21 de julio de 2014

El claro del bosque

El cuerpo desnudo corría entre los arañazos del camino, nada parecía poder distraerle de su objetivo. Los pies eran un laberinto de requiebros entre las heladas piedras, descalzos y llenos de entumecimientos. Más lejos, cada vez más lejos, huyendo del pueblo del que venían. Algo parecía llamarlos desde lo más profundo, desde la incertidumbre de lo desconocido.
Aterida por el frio la figura se tambaleba en sus frenéticos pasos, algo la llamba. Apenas podía seguir adelante cuando el rio mostró de súbito un claro, allí estaban reunidos los seres más extraños que ella hubiese visto nunca, cubiertos de túnicas blancas.
De golpe la invadió una oleada de calor, nada importaba, estaba en casa. Los bailes a su alrededor parecían invocar a los espíritus promigenios, los árboles que bordeaban el claro se movían al compás del viento, ora a un lado ora a otro, con el ritmo cadente de los rituales.
Ella comenzó a bailar a favor de las ráfagas, fundida en espasmos caóticos que le hacían buscar la fuente del amor continuo que la envolvía. La cabeza extraviada parecía reencontrarse consigo misma en cada uno de los movimientos, de los ademanes, en armonía con lo que se le antojaba el mundo satánico que la rodeaba, giros y más giros, sin control, hasta caer rendida a los pies del abeto más alto.
A la mañana siguiente encontraron el cuerpo sin vida de la joven, todos habían salido del pueblo a buscarla después de enterarse de que su abuelo había fallecido y que no supo retenerse; las ropas tiradas por las orillas del río les habían indicado el camino, pero lo más duro sería enterrarla en el cementerio de los niños.
Tan sólo un leyenda corre por estos lugares, la que cuenta que en el claro del bosque nunca cuaja la nieve, porque el espiritu de la niña perdida no deja de bailar sobre ella.

viernes, 18 de julio de 2014

La lluvia pasada



LLovía a baldes, nosotros eramos, nos sentiamos lo seres más afortunados del universo, yo la envolvía con mi gabardina mientras ella con la mayor de las inocencias y completamente confiada posaba la mano sobre mi pecho latiente.


Mi casa estaba aún muy lejos y el deseo de hacerla mía era algo que me desbordaba; a duras penas, mientras caminabamos por aquella acera sucia y mojada y con los adoquines destartalados, ella conseguía infundirme la serenidad y la confianza necesarios para el momento que habría de llegar; pronto, lo más pronto posible, gritaban mis nervios, y ella, cogiendome con sus dulces manos a ambos lados del cuello, chocaba su cabeza contra la mía fundiendome con su mirada. Una eternidad esperaría por ella, por aquella promesa de sus ojos que me esclavizaba y dominaba por completo.


En aquella situación la excitación era tál que apenas era consciente del frio y de la tela empapada de aquel aguacero.


La intensidad de la luz blanca, que las nubes dispensaban y dispersaban a su antojo, ayudaba a hacer crecer el ambiente místico de aquella tarde, casí fantasmagoríco, en la agonía del deseo contenido, que con tanta precisión se grabaría fotograma a fotograma en mi memoria.


No sé Manolo, ahora ella está siempre distante, hace mucho de aquella primera vez, de aquel apoyo que me prestaba. La Diosa que ví en ella, la que satisfaccía cada uno de mis sueños, esa mujer... Siento que ya no le pertenezco, que me ha tirado cómo un clinex, que accedió a casarse conmigo pero núnca estuve a la altura de sus expectativas.


A veces me planteo dejarla, dejarla volar libre en ese magnifico vuelo que , sueño, sólo ella podría dibujar en el cielo. La veo irse con la serenidad de su perfección, convirtiendo mis sentimientos en una mezcolanza de orgullo y humildad, por haber sido tocado por ella; pero entonces, recuerdo ese primer día, esos enormes ojos que me decían: "Toda tuya", recuerdo la promesa de seguir con ella ante la adversidad, y no puedo, simplemente no puedo abandonarla.


Ella ha sellado mi destino, siempre juntos, cómo un simple clinex abandonado a la suerte de su presencia indiferente, abandonado a la suerte del mendigo de sus caricias, de sus besos, cómo un pordiosero en busca de las migajas que quedan de todo lo que un día me dió.


Ojalá volviese a llover a baldes esta tarde. Ahora tán sólo dejame hundirme en la presencia de los recuerdos, presentame la copa que me haga olvidar la desdicha de la realidad y dejame fundirme con la blanca luz que dispensan y dispersan las eternas nubes de aquélla fantasmagórica, triste, dulce, eterna tarde del olvido de su abrazo.

jueves, 17 de julio de 2014

La bestia


Bajo la tormenta el pueblo se tornaba más árido que nunca. Las callejuelas eran serpientes opacas de un obscuro polvo marrón diluido. Los torpes, minúsculos habitáculos, dónde la gente solía dormir, se mostraban aisladamente impotentes de ejercer la funciónpara la cuál habían sido benefactores del esfuerzo de esas manos cansadas del sol a sol diario. Las ramas de la urdimbre de sus paredes y tejados, que apenas podían establecer un tope al viento habitual, la paja mezclada con el lodo arcilloso del río, chorreaban bajo los cuerpos fríos, amontonados, de las pequeñas familias que habían creído poder guarecerse bajo ellos. No podían contarse las pellizas que servían de abrigo a aquellos que vivían de las cosechas, simplemente nadie las poseía.


Los niños mayores abrazaban a los medianos, las madres a los más pequeños que estremecían el cielo con sus atormentados lloros, todos bien apretados. Los padres impotentes intentaban guarecer a las madres, en el convencimiento de que ellas eran las que debían dar la futura vida, si esto era posible, exponiendo sus cuerpos a la menor de las temperaturas de aquél múltiple organismo. Pero el agua los empapaba a todos por igual.

El hedor que se desprendía de toda una estación de verano sin la var de los retazos de retales, que normalmente servían de abrigo en la cama, habían intentado ser relegados a los rincones, del todo inútiles ya. La tibieza de los numerosos huesos de pollo en los hogares invadían lo que quedaba de aire.

Tronaba con la cercanía de la amenaza fulminante del rayo.

Los pequeños guijarros acurrucados entre las más grandes piedras planas, que había sido depositados con la intención de hacer algo más transitable la calle principal durante el estío, entrechocaban unos con otros cuesta abajo, dirigiéndose hacia su origen primigenio, con el sonido, apenas perceptible bajo el diluvio, de la más aguda insidia de aquel fenómeno.

Tan imposible era el sueño que aquellos demasiado viejos, flacos o cansados, se derrumbaron sin más, al lado de quienes seguían implorando por sus vidas, al lado de quienes estaban demasiado ateridos cómo para hacerlos ya al rincón, junto a los restos de de los lechos.

Así se presentó la bestia, durante veinte noches y sus siguientes días consecutivos, sin tregua.

Después una vez tuvo todo bajo su dominio, pareciendo satisfecha de haber podido mostrar lo suficiente su poder, con cada individuo presa del pánico por su presencia, pareció sentirse lo suficientemente magnánime cómo para mostrar algo de condescendencia para con los que no perecieron ante su primera palabra.

Permitió pues que el cielo escampase, que los hombres y los muchachos se levantasen, todavía temblando de los pies a la cabeza, para poder comprobar que no quedaba nada de las cosechas, que las madres consolasen a los pequeños, al menos lo suficiente para poder darles el agua agría en que se había convertido el sustento de sus senos.

No había madera que pudiese ser aprovechada, ningún alimento les quedaba. Las torpes manos, bajo la mirada sarcástica, atroz del monstruo, se esforzaron en obtener algo de calor a base de volver a colocar las ramas de los techos.

Los ojos de aquellas personas se encontraban unos con otros no dando crédito a la brutal certeza de ver sus propios sentimientos reflejados, una y otra vez, en todas las caras.

La bestia alzó su cabeza, sus temibles alas, y con la promesa de instalarse entre ellos empezó su juego.

Los medianos miraban a sus hermanos mayores, los hermanos mayores a sus padres, los padres miraban sus vacias manos, las madres sollozaban los gritos de las bocas hambrientas de sus hijos pequeños.

La bestia les dio diez días de sol. Nadie sabía que era lo que podían hacer para librarse de ella.

Con el estómago vacío, con las tripas saltando del hambre tras haber pasado las lluvias, incluso los harapos eran succionados pro las ardientes bocas. Los pies de los que aún caminaban, se hundían en la búsqueda de alguna mazorca de maíz, incluso de los mismos tallos, las madres impotentes veían morir a su hijos.

Los ancianos supervivientes se reunieron para intentar saber cuál era el precio que pedía aquél monstruo, hablaron durante nueve días, sentados en grupo, horas y horas sin parar de hablar, temiendo que cada palabra pronunciada pudiese invocar la furia de aquella maldita sombra surgida del averno. Alguno de ellos había oído hablar de leyendas que la evocaban, en remotas épocas, alguien comentó la exigencia de la bestia de pagar un tributo y los ancianos siguieron hablando durante horas y más horas, y los hombres con suerte, los que habían conseguido alguna mazorca, volvieron junto a sus mujeres y las compartieron, y reposaron sus cabezas dónde antes lo habían hecho sus hijos, y los hermanos mayores, imperterritos ante tanta desgracia, miraban a sus madres mientras los menores emulaban en sus vientres las pesadillas de sus padres.

Llego el noveno día, los ancianos decidieron comunicar al resto su decisión, la bestia exigia un tributo, un tributo humano.

Los hombres enloquecieron, las mujeres morían de desesperación, los más pequeños serían el tributo, los hermanos mayores quedarón petrificados. Se negaron todos a las peticiones de los ancianos y estos siguieron hablando.

Llego el decimo día, todos podían oír la espectral risa de la bestia, todos volvieron a negarse, y los ancianos siguieron hablando.

Al undécimo día la bestia volvió a mostrar su poder. Esta vez fueron diez noches de su ira. Cuando escampó, los ojos inyectados en la sangre del infierno hicieron saber que no iba a aceptar un no por respuesta. El tributo acabó pagándose. Pero la bestia quiso cobrarse aún las almas de los hombres, las almas de las mujeres, las almas de los ancianos, para que su poder jamás fuese olvidado.

Siete muchchas y cindo muchachos fueron los únicos que quedaron para contarlo.

Todavía hoy, del pueblo que fué atacado por aquella maldita sombra, del pueblo que resurgió de aquellos doce jóvemes, quedan las leyendas que amenazan con que un día pueda volver esa bestia.

Las palabras que la recuerdan son transmitidas raramente entre los ancianos, ni los hombres, ni las mujeres, ni sus hijos podrían llevar el peso del conocimiento de tal tributo.

Una mirada triste




Tenía unos ojos tristes y holgazanes, sedientos de ceguera y brillantes cómo la última luna menguante de una última noche de primavera. Nadie supo que hacía allí, a qué había venido ni porqué querría irse, pero estaba claro que aquél no era su lugar. Tan solo estaba que daba pena, y esa ternura que inspiraba, esa necesidad insatisfecha, conformaba su esencia.

Yo le ví, un par de veces en el autobús, otra por el parque, quizás alguna en la cafetería del barrio.

Núnca le llegué a conocer.
Te

el condon

Nadie ha reparado en ti .

Luís se había levantado a tientas, pero el preservativo del suelo le hizo resbalarse un poco.

¡Fíjate! Aquí estás tu, tan solo pensar en el buen rato que pasamos anoche, como te digo, que si no fuese por ti no lo habría hecho, lo que son las cosas, porque la chica era mona, todo hay que decirlo, pero un poco desinhibida también, y eso no es nada bueno, que a partir de ciertas edades hay que andar con más recelo. ¿Quién sabe con cuantos habrá estado? Y lo que es más, ¿Podría alguien decírmelo? Porque es lo que yo pienso, que las chicas de hoy no son como las de antes, todas unas golfas, que si te lo contaré yo, y si no acuérdate de Felipe, que se cogió un herpes el mes pasado. Y es que estas cosas son cada día más peligrosas.

Eso sí, te elegí a ti, con esas arruguitas tan bien puestas y con acción retardante, para que no se diga, que uno tiene lo que hay que tener, pero le gusta satisfacer a las damas. Y creo que no llegué a equivocarme del todo contigo, a pesar de la cara de asombro del gasolinero, que se le va a hacer, ya sabes que me gustan los detalles, como la faldita que llevaba, tan ceñidita y corta, no se merecía algo peor que tu. Aunque eso si, me disgusta que ahora esté metida sola en la bañera, podría haberme invitado a pasar, pero bueno, tu ya sabes que hay que hacerse a todo, antes de comprarte ya te tenía en mente, lo que son las cosas, justo cuando la vi. pasar a aquel garito de música heavi con mi hermano y mi cuñado, yo ya me lo iba diciendo: “Que bonito sería pasar un buen rato con alguien.” Pero ni por esas me imaginé que ese modelo tuyo pudiese ser tan ergonómico, fíjate, yo que tanto he probado y aún no había dado contigo. Lo que me da pena es que sí, que siempre me habéis protegido de las enfermedades, pero cuando miro, como ahora, todos esos pequeñines Luisitos, todos amontonados dentro de ti, sin posibilidad alguna de sobrevivir a los tres días de rigor … casi me dan ganas de sacar a esta pelandusca del cuarto de baño, y volcárselos en la vagina, que digo yo que mis Luisitos también tienen derechos, bien podría haberles tenido más en cuenta esta tía y habérselos tragado, al menos así habrían servido de alimento, pero nada, no hubo manera, y tu lo sabes, incluso chupándola se empeñó en que tu estuvieras presente, hay que ver, esto antes no pasaba, que las mujeres tenían más respeto, y sabían cuando daban con un cualquiera o con un señor, que para algo te compré … Pero ya sabes como son estas cosas, uno se apresura cuando hay un par de … en juego, y esos ojos tan pintaditos de negro, y esas botas con sus taconcitos, y ese escote oscuro, que es lo que te faltaba a ti, que todos sois unos pálidos, o unos pasteleros, donde iba a parar, ¡Negros teníais todos que ser! Como Dios manda, donde fuésemos a parar, ¿tu te imaginas lo que hubiésemos podido disfrutar si en vez de ese color amarillento hubieses sido negro? Pero era mucho pedir. No te equivoques cariño, yo me conformo con esa ergonomía, y lo que la hicimos disfrutar, con tus arruguitas, y con tu acción retardante. Me pregunto que será ahora de ti, fuera de la camarera del hotel, nadie te va a ver, te iras con mis Juanitos directo al vertedero, allí serás incinerado, nadie volverá a saber de ti. Tuviste la juerga de tu vida.

surrealismo: los gatos no lloran




Pedro estaba en la cocina preparando unos espaguetis con atún.

La estancia rezumaba algo de húmeda miseria. Indiscutiblemente significada en la ancestral pintura del techo, en sus relieves y varios descascarillados rebordes. Estos rebordes, estaban distribuidos a lo largo y a lo ancho, con cierta predisposición estadística hacía el centro de aquel.


Miseria, mal disimulada, con el empapelamiento de las grietas de aquellos azulejos florales y los obscuros intersticios entre ellos;

Olía a conglomerado recién salido de la famosa marca de muebles. El blanco de las chapas de madera, empezaba a sufrir una camaleónica transformación; que, aunque, en teoría, aún retornable a su original característica cromática; prometía llevarse a cabo para ser instaurada cómo perenne signo de la desidia de las personas de cuyos cuidados dependía.

Churretoncillos de grasa comenzaban su bienvenida al mundo llorando bajo los armarios, e inmediatamente adyacentes a la vitrocerámica, gotas minúsculas de salsa de tomate, en multitudinarias congregaciones, amenazaban con converger en una única masa clamorosa por la liberación del ácido carbónico de los refrescos. Habían elegido, cómo conclaves primigenios, las piezas cerámicas, plásticas y metálicas ideadas para cumplir la función de estación de descanso temporal para las cuberterías y vajillas. También inundaban el alicatado colindante con la profunda y atestada pila.

Dentro de la pila, un desalineamiento de tenedor, plato, vaso, plato, cucharilla, plato, vaso, tazón, cuchillo, plato, coronado por un pequeño cazo, sobresalía amenazando la encimera.

Existían tres bolsas de basura, correspondientemente al intento de obtener una escala moral válida en un mundo mediáticamente preocupado por el equilibrio medioambiental, que escondían, tras sus cartelitos en el cubo trideparmental (de una tienda monocultural y económicamente al alcance de casi cualquier habitante urbanita, del universo dónde Luis preparaba sus espaguetis con atún) latas, cartón y orgánicos: huesos de pollo, cigarrillos y envases de embutido, que se incorporaban respectivamente, a la atrabiliaria mayoría de encasillamientos correctos. Tal era el antojo del baile de los desperdicios.

Era una casa con infinitud de recovecos sociales a los que no adherirse, siendo para algunas mentes, sobre todo jóvenes recién salidas de sus hogares familiares tradicionales, un recúmulo de historias curiosas en las que recrearse entre la salida del hastío y el asombro insalvable que todos sentimos hacia lo desconocido.

Tenía diez habitaciones, antropológicamente tan dispares, que absolutamente todos sus habitantes rezaban cada noche a todos los dioses por el no descubrimiento de la bomba nuclear por sus vecinos. Tres cuartos de baño, de los cuales sólo uno se encontraba en disposiciones higiénicas diarias de acoger al ochenta por ciento de la población; los otros dos, relegados a los dos guetos principales e indiscutibles al veinte por ciento restante, estaban controlados por la mafia del hedor a testosterona que amenazaba en cuanto se hacía un hueco de dos cm entre las puertas y su marco. Un salón indómito, tan indómito que, a pesar de los intentos de la práctica totalidad de las gentes que por allí pasaron, absolutamente nadie consiguió domesticarlo lo suficiente cómo para entablar más de diez minutos de relación con él. La terraza virgen, decían las lenguas, en el lenguaje de las leyendas, que el más atrevido y valiente varón que pueda imaginarse osó una vez poner el pie en ella y el salón, hechándosele encima, le rodeó y , oprimiéndole todo el cuerpo hasta casi la asfixia, le escupió por la ventana, lleno de cardenales y con el corazón bastante dañado, directamente hasta el hospital más cercano. Y por supuesto la cocina antes mencionada.

Luis tomó sus espaguetis con atún, los vertió en el plato que guardaba habitualmente con mucho celo en su armario ropero, y , manteniendo el medio metro de separación de rigor entre su vientre y la encimera, investigó ( durante al menos dos minutos, con el plato de espaguetis en la mano izquierda y la cacerolilla en la derecha) cuál sería la fórmula para poder fregar única y exclusivamente el utensilio que, en aquellos momentos, le había servido para cocinar. No se le ocurrió ninguna, pero recordaba los consejos de su profesor de matemáticas, allá en la infancia: “Cuando tengas un problema y no se te ocurra ninguna solución, déjalo estar, deja que tu mente descanse y al día siguiente prueba volver a intentar resolverlo; El subconsciente seguirá trabajando y será más efectivo.”. Jamás olvidaría aquél sabio consejo.

Procedió pues a dejar el recipiente sobre el cazo incipientemente sobresaliente del ras de la pila y se fue a comer los espaguetis a su habitación.


Mientras, yo, había podido observar, en pleno campo, el mejor documental posible sobre el alma humana en estado natural, al tiempo que tendía la ropa y dudaba si dejar la puerta de la lavadora abierta para que no cogiera olores (perversos e insalubres) o cerrada (para que el menos hábil no se golpease con ella las rodillas).